viernes, 15 de junio de 2012

Erase una vez un denso bosque de zanahorias...




Erase una vez un denso bosquete de zanahorias, donde sus troncos formaban figuras que fácilmente eran asimilables a seres deformes y monstruos de otros mundos. No es que me diera miedo cruzar atravesando este bosque pero siempre había preferido evitarlo cogiendo otros caminos. Los troncos crecían muy juntos inclinados hacia aquí y hacia allí, y de atravesarlo me obligaría a acercarme demasiado a uno de esas ramas naranjas que parecía que se iban a poner en movimiento y atraparte entre sus brazos...
Pero aquel día todo parecía diferente. Sería el color de la primavera, o la luz especial que cubría aquella mañana de sábado que decidí acercarme hasta ese lugar naranja con intención de adentrarme en su sombra. Cuando dispuse los pies entre los troncos vi como el suelo cedió un poco. No, no era como para asustarse, era simplemente el típico acolchado que proporcionan las hojas de los árboles en cualquier bosque en otoño, que daban al suelo la consistencia de estar pisando un bizcocho denso. No. No un bizcocho. Quizá más bien un suelo de galletas, de esas que venden en los mostradores de take-away de los supermercados bio americanos: una de esas galletas  húmedas de salvado, zanahoria, canela y pasas. Eso era exactamente la sensación que me daba el suelo que tenía bajo mis pies en aquel bosquete denso de zanahorias...

Cookies de zanahoria rayada, salvado de trigo barbilla (del que tamizamos después de molerlo), canela y pasas. Energía de media mañana como para quitar todos los miedos ocultos que vengamos acumulando.